Idiocracia

Prueba 1

Quizá nada responda a un plan preestablecido, pero lo parece. Ahora es la Universidad andaluza la que navega hacia la LOGSE y más allá, surcando nuevas galaxias de pedagogismo posmoderno. Ser soprendido con una «chuleta» ya no es  motivo para que lo expulsen a uno del aula. Ni siquiera para que le sea retirado el examen o mancillado éste con la oprobiosa marca del reaccionario bolígrafo rojo. El copión, salvado su honor de esforzado apropiacionista, puede concluir su examen y entregarlo con los del resto de compañeros. Será una comisión paritaria (mismo número de profesores y alumnos) la que analice la gravedad de la falta y decida en consecuencia. La normativa no aclara qué tipo de pruebas deberá aportar el profesor. Quizá deba instalar cámaras ocultas o solicitar la presencia de un notario. En corto: por más que se le sorprenda con la Enciclopedia Británica sobre la mesa, el alumno aún podrá confiar en la indulgencia de la citada comisión.

Dicen que es una medida «garantista». Muy bien. Pues yo sostengo que es un indicio más de los muchos que nos anuncian el advenimiento de la Idiocracia: un mundo de idiotas. Y para su llegada no será necesario recurrir a la disgenesia, sino que bastará con acatar sumisamente las ocurrencias de quienes dirigen el cotarro educativo.

Imagínense las risas de los estudiantes.

Prueba 2

Ayer, mis alumnos del Instituto me preguntaban cómo era ESO de que a los chiquillos de Primaria les habían regalado un portátil.

– Pero no es suyo, ¿no? – decían.

– Sí, es suyo – contesté.

– Y se lo pueden llevar a su casa…

– Sí.

Comenzaron a mirarse unos a otros, en espera de que yo aclarase lo que sin duda se trataba de una broma.

– Es suyo… – repetí, a media voz.

Imagínense las risas de los estudiantes.

Prueba 3

Tenemos «democracia sancionadora». Tenemos «democracia digital». Tenemos…

Lo que tenemos es un gobierno que se llama a sí mismo «progresista», cuando los valores que transmite son exactamente aquéllos que menos pueden hacer por el progreso. La Escuela empieza a parecerse a la Sociedad del Espectáculo que denunciaban los izquierdistas de los 60. Lo que ocurre es que este show no sólo supera las expectativas de Guy Debord, sino que se publicita como un triunfo de la democracia. La sociedad de mercado, con todos sus defectos, genera riqueza. En esta nueva e institucionalizada sociedad de idiotas, en cambio, todo se regala: ordenadores, novísimos derechos y aprobados. A costa del contribuyente, claro está. Del pan y el circo sólo queda el circo, representado éste por las ruinas de lo que un día se llamó Enseñanza. Y los profesores han de ejercer tanto de gladiadores como de payasos.

Pero, ay, la democracia igualitaria no llega a todos los frentes. Y para que no surjan nuevos Espartacos ni se nos borre la pintada sonrisa, nuestros jefes políticos pretenden crear la figura del domador implacable. Así, los Neodirectores.

Y es que ya se sabe: nadie mejor que un caudillo para gobernar un rebaño de votantes pastueños. O, birlibirloque, nada como un rebaño para reclamar la presencia del pastor.

Escenario posible

No me digan que no lo ven. Mesnadas de jóvenes risueños completando su examen con el portátil, aún incrédulos de que los adultos podamos ser tan alegrememente…

¡El futuro, idiota, el futuro!