Wert, Suecia y el cheque escolar

Resulta desconcertante seguir las apariciones del ministro Wert en los medios de comunicación. Desde su investidura, el sociólogo se ha convertido en un alegre dispensador de titulares, no sé si dosificados según un plan establecido o al albur de improvisaciones más o menos felices. Tan pronto adelanta que apenas va a modificar la LOE como sugiere que su partido madura una serie de cambios estructurales. Quizá es que, víctima de una deformación profesional, el ministro se rige por impulsos demoscópicos, y, así, cuando descubre una curva estadística de respuestas poco favorables trata de compensarla con un nuevo anuncio.

La última noticia es que el Ministerio estaría considerando la posibilidad de implantar, “en circunstancias económicas y financieras normales”, el cheque escolar. En este blog ya se propuso recorrer ese camino, por lo que celebramos que al fin un político se haya siquiera planteado la posibilidad.

Hace un tiempo leí el libro de Mauricio Rojas “Reinventar el Estado del Bienestar” (Gota a gota, 2008) en el que narra la quiebra del Estado benefactor sueco y su incipiente reforma de inspiración liberal. Uno de los capítulos está dedicado, precisamente, a la implantación del cheque.

El origen de esta iniciativa data del año 1992, en el que se establece la libertad tanto de  elegir como de crear escuelas básicas no públicas financiadas por un vale educativo. Esta mudanza normativa propició la rápida proliferación de las, así llamadas, escuelas libres o independientes, hasta el punto de que en 2006 acogían a más de 135.000 alumnos. Rojas da tres razones que explicarían esta vertiginosa expansión:

1. La búsqueda de alternativas pedagógicas más acordes a las preferencias de los padres.

2. El problema disciplinario de las escuelas públicas

3. Los resultados escolares.

El primer motivo supone el fin del Estado como monopolista ideológico de la educación y, por tanto, la convivencia de diferentes modelos pedagógicos en un marco de libre competencia. Se objetará que la escuela pública es plural, frente a unos centros privados que, en virtud de su autonomía, estarían facultados para imponer un ideario específico. Pero tan discutible es que la escuela pública no incurra en el pensamiento único como que de la iniciativa privada no puedan surgir propuestas que tengan como premisa la pluralidad. Si pensamos en el caso español, a mí se me ocurren unos cuantos axiomas ideológicos (y pedagógicos) que recorren el espinazo de todo el sistema educativo socialdemócrata: igualitarismo, ideología de género, buenismo, mesocracia, paidocentrismo. Ninguno de los cuales, por cierto, puede ser puesto en entredicho sin que el crítico pase a formar parte del grupo de los réprobos y los reaccionarios. Lo cierto es que, en el caso de Suecia, el grupo mayoritario de escuelas independientes es de “orientación general”, es decir, no se diferencia de las escuelas públicas en términos de contenido educativo. Donde sí se observa mayor variedad es en la significativa proporción de escuelas que adoptan temáticas o pedagogías especiales, lo que tal vez constituya un estímulo para los amigos de la innovación. Los centros vertebrados a partir de una confesión religiosa o un grupo étnico son minoritarios.

La segunda razón está vinculada al lamentable estado de la educación pública sueca, similar en muchos aspectos a la española. Esto hace que los padres busquen alternativas en las escuelas libres. Sobre el particular, propongo una visita a la bitácora de Emilio Quintana, profesor en el Instituto Cervantes de Estocolmo.

En cuanto a los resultados, las escuelas independientes se sitúan muy por encima de las públicas, si bien éstas han experimentado una mejoría que corre en paralelo al aumento de escuelas libres. Frente a las voces que advertían de una educación “de dos velocidades”, las escuelas de gestión privada acogen un porcentaje mayor de niños procedentes de grupos sociales más vulnerables, como son los hijos de los inmigrantes.

Un punto importante, dentro del marco legal de la reforma, es que las municipalidades no pueden dar asignaciones suplementarias a sus escuelas sin, al mismo tiempo, hacer lo mismo con las escuelas independientes. Una Superintendencia de Escuelas fija la “lista de precios”, que es válida para todo el país y varía de acuerdo con los costos reales de los distintos programas ofrecidos. Como ilustración, baste consignar que el cheque para secundaria oscila entre los 7.500 y los 16.000 euros. Esta Superintendencia es la encargada de conceder los permisos para la creación de escuelas libres y, al mismo tiempo, el organismo controlador de las mismas. Los requisitos que deben cumplir dichas escuelas están recogidos en la ley escolar y no difieren mucho de los que en España debe satisfacer cualquier colegio concertado.

Otro criterio interesante, deducido del principio de gratuidad, es la prohibición de hacer cobros extra de cualquier tipo. Todo – matrícula, material pedagógico, gastos de alimentación, etc. – debe cubrirlo el vale escolar. Esta medida también rebate el argumento más querido de los detractores, como es la consolidación de dos tipos de escuela: una para ricos, y otra para el resto. Todas las escuelas, dice Rojas, están abiertas para toda clase de alumnos, con independencia de la situación económica u otros condicionantes familiares tales como la religión o el grupo étnico. Bien es cierto que, en secundaria, el único criterio de selección aceptado es el rendimiento en la educación primaria.

La pregunta que inmediatamente asalta al lector es: dadas estas premisas ¿de dónde obtienen los beneficios las empresas educacionales que fundan las escuelas libres? Rojas da una respuesta plausible:

Pues bien, el margen de ganancia está simplemente dado por la ineficiencia del sector público y esto vale para todo el pujante capitalismo del bienestar que ha surgido en Suecia durante los últimos quince años. Toda la ganancia viene de la capacidad de producir servicios más atractivos a costos inferiores que los producidos por el sector público, que es el que, a través de sus costos, determina el nivel de los vales de bienestar y, en general, de los pagos por los servicios del bienestar. […] Es este margen de ineficiencia el que ha sido el gran motor del desarrollo de las escuelas independientes.

Un síntoma de esta mala gestión lo aporta el dato de que en 2004 el costo de un educando sueco superaba en un 28% el promedio de los países de la OCDE, y en un 34% el de Finlandia, país vecino con ingresos per cápita similares a Suecia pero con resultados escolares muy superiores.

En definitiva, en el haber del cheque escolar podríamos incluir lo siguiente:

1. Promueve  la diversidad de propuestas educativas.

2. Garantiza la libertad de elección.

3. Evita al contribuyente pagar dos veces por un mismo servicio.

4. Favorece la optimización de recursos.

5. En última instancia, contribuye a una mejora de los resultados, fruto de la competencia entre escuelas.

Por supuesto, habrá también importantes debes que quizá el modelo sueco nos permita ir descubriendo a medida que pasen los años. Pero no cabe duda de que los tres primeros puntos constituyen el núcleo de un sistema que tiene por principios la pluralidad, la libertad y la justicia.

Sin embargo, las bondades del cheque escolar no son garantía suficiente para que la enseñanza recupere sus contantes vitales. Volviendo a España, nada de esto tendría sentido sin un cambio en la concepción de lo que debe ser la enseñanza. Mientras persistan los axiomas señalados más arriba, los centros públicos serán paulatinamente desplazados por unas escuelas independientes legitimadas para seleccionar a sus alumnos en función del rendimiento. Por eso, antes de pensar en el cheque, el señor Wert debería considerar qué es lo que va a ofrecer al ciudadano para que su oferta sea la mayoritariamente elegida. Puesto que es la empresa que él dirige, la educación pública debe adoptar, de una vez por todas, la divisa del mérito. Y esto no se fomenta con un sistema que incluye comprensividad, microbachillerato de dos años y titulaciones con asignaturas suspensas. Para que la escuela pública pueda competir con las escuelas libres del futuro, es preciso cambiar el marco legal. Empezando por devolver a la Enseñanza Media su papel de puente hacia la Universidad, y entendiendo que la exigencia, el esfuerzo y una enseñanza humanística es la demanda de muchos padres.

Pero de esto hablaremos otro día.