Uno, dos, tres

La crisis económica tiene que ver con la crisis educativa más de lo que algunos quisiéramos. Que ésta preceda a aquélla no implica una relación de causa y efecto, pero es indudable que en la destrucción de la enseñanza se manifiestan algunos síntomas de lo que ahora vivimos a escala social.

1. En la Enseñanza no se ha invertido, sino que, simplemente, se ha despilfarrado.

* Centros de Formación que imparten un 70 % de cursos inútiles, demagógicos o propagandísticos.

* Subvenciones generosas a unos sindicatos que han jaleado todas y cada una de las leyes educativas que nos conducen al fracaso. Que han asumido la sinrazón hasta el mismo instante en que han visto peligrar sus privilegios.

* Ejércitos de liberados y cargos de función superflua, que han vivido de la ubre estatalista sin otro horizonte que el de alcanzar la vitalicia manumisión de los políticos.

* Desembolsos clientelares: libros gratis, ordenadores gratis, kits completos de corrección política (mochilas de la paz, manuales de educación afectivo-sexual, campañas de persuasión ecológica, etc.).

* Montañas de propaganda consejeril, en papel satinado, para enterrar con mala prosa el cadáver exquisito de la ignorancia.

* Complementos salariales basados en criterios de productividad inexistentes: más dinero a cambio de más aprobados.

* Masivas pruebas de diagnóstico que no diagnostican nada que no hubiera certificado ya la autopsia.

* Planes y Proyectos, Observatorios y Agencias de Evaluación: bicocas para sus agentes y lamentable filfa para sus muy sufridos pacientes: profesores, padres y alumnos.

2. La Enseñanza es el laboratorio de un Estado del Bienestar hipertrofiado.

* Quizá por eso ha estallado antes. (Por si alguien aún no se ha percatado, la Enseñanza española está muerta).

* Si hubiera que juzgar los resultados educativos en términos económicos, podríamos decir que estamos en suspensión de pagos. Y a un solo paso de la quiebra. Para cuando los padres quieran retirar los activos depositados en la Enseñanza (pongamos, un hijo instruido en los conocimientos indispensables con que ganarse la vida) descubrirán (ya lo hacen muchos) que su inversión se ha volatilizado.

* A la Enseñanza le duele en el mismo sitio que al Estado: la fatal arrogancia socialdemócrata nos hizo creer que los políticos sabían mejor que nosotros mismos lo que nos convenía . Dejamos que ellos extendieran derechos y nosotros fuimos aceptando el maná de la única fuente disponible. Ahora, la fuente se ha secado.

* Primero se empezó por la igualdad de oportunidades. Y como tal cosa es un camelo, comenzaron a imponerse cuotas obligatorias de igualdad. Eran, al fin, los resultados lo que debía igualarse.

* Estos principios igualitaristas abominan de la competencia y el mérito. Del mismo modo, mérito y competencia están excluidos del ámbito político, en el que medran legiones de iletrados a la sombra del Partido.

* Como los resultados no se igualaban, la prodigalidad sustituyó a la exigencia. Se facilitaron múltiples vías para conseguir un título sin esfuerzo, sin invertir horas de estudio, sin ahorrar energías en otras tareas menos perentorias. Compárese la concesión de títulos con la concesión de subvenciones, y quizá concluyan que el alumno LOGSE/LOE representa el perfecto aprendiz de subsidiado.

* Salvando las distancias, entidades semipúblicas como son los Bancos Centrales han actuado de tutores transigentes con los bancos comerciales. Solapando su mala gestión con una ilimitada expansión del crédito, han sido los primeros en contribuir a la creación de una burbuja que se parece mucho al fantacientífico microcosmos logsiano.

* En la Enseñanza, las Administraciones Educativas son los Bancos Centrales que han inyectado en los Institutos/Bancos una inflación de garantías, dádivas y normativas capaces de mantener en el cliente la falsa ilusión de que su hijo aprendía algo.

* Hasta ahora, el crash educativo no ha tenido serias repercusiones sociales porque la coyuntura económica permitía que un encofrador ganara el sueldo de un catedrático de Historia. Una vez que la burbuja ha hecho plop, y que el paro galopa con brío, es posible que la sociedad se vuelva contra unas instituciones que han defraudado sus expectativas de manera similar a como los bancos han hecho con sus depositantes.


3. Los profesionales de la docencia han tenido tiempo de denunciar este inmenso fraude. Al educativo me refiero. Algunos lo han hecho, pero sus voces se han recibido con la misma desdeñosa indiferencia con que se escuchaban las profecías de Casandra.

* Que ahora nos recorten el sueldo es lamentable. Pero también eran lamentables las condiciones en que se desarrollaba nuestro trabajo, la estafa que se vendía como panacea. Y muy pocos protestaron.

* Puede que la economía se recupere, pero dilapidar el talento de una generación de jóvenes quizá resulte más oneroso.

* ¿Quieren los defensores de la escuela pública que esta inercia continúe? ¿Esperaremos a que la sociedad nos señale, no sólo por nuestra supuesta posición de privilegio, sino también por no haber denunciado como debíamos lo que todos sabíamos de sobra?

Si tanto nos enoja el recorte salarial, aprovechemos esta indignación para defender nuestros derechos.

Pero también, por una vez, para ser valientes.

 

Cartas a una madre sobre la educación de su hijo: «Medios para un fin»

Querida Lourdes:

En la primera carta te hablaba del modelo «comprensivo» de la Enseñanza española, y de las  nefastas consecuencias que resultan de conducir a todos los alumnos por una vía única. Aunque a los políticos se les llena la boca con proclamas de equidad y justicia , la aplicación en nuestro país de dicho modelo  no hace sino aumentar la brecha entre quienes pueden permitirse otro tipo de Escuela y quienes no. Eso quizá te aclare por qué los hijos de muchos de nuestros dirigentes no acuden a centros públicos, sino a concertados y privados que están a salvo de la quema unificadora. Incluso dentro de la enseñanza estatal proliferan castas. Así, hay institutos que siguen preservando ciertos mecanismos meritocráticos ausentes en la mayoría de centros. Por el contrario, otros quedan relegados a la condición de institutos-escoba: son aquéllos que inscriben a los alumnos que nadie quiere. Adivina en qué clase de entornos se ubica cada uno.

Y es que, Lourdes, la comprensividad no es el mayor problema. Aún hay otro peor, como es la «adaptación de la Escuela al entorno». Sí, ya sé cómo suena. Pensarás: ¿cómo y con qué fin se hace cosa semejante? El cómo es sencillo: por lo general, rebajando niveles. El fin es tan inescrutable como los designios divinos. Fíjate lo que decía un «experto» en un conocido periódico nacional:

“La autonomía de los centros educativos es una conditio sine quanon para que la enseñanza se adapte a las situaciones socioculturales donde se encuentran inmersos” (José Gutiérrez Galende, portavoz del Consejo Andaluz de Colegios de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras).

Ya sé. Me dirás que, a simple vista, no encuentras nada extraño en la afirmación del sr. Galende. El principal peligro del discurso pedagógico oficial es que emplea palabras hermosas, y hasta sentencias que suenan incontrovertibles, para enmascarar un mensaje de fondo profundamente reaccionario. De las palabras del portavoz se deduce que la escuela pública renuncia a lo que, en tiempos, fue una de sus grandes divisas: la enseñanza universal. El conocimiento que se transmita a los alumnos estará férreamente determinado por su lugar de residencia, por la cultura predominante en su entorno, por lo que los políticos consideren las señas de identidad de un barrio. Observa que el individuo, una de las conquistas culturales de la modernidad, queda sepultado por el mito de la conciencia colectiva. Tú vives en un área castigada por las drogas, el desempleo, en el que el nivel cultural de los padres es muy bajo. Lo que esperarías de nosotros es que proporcionásemos a tu hijo las armas intelectuales de las que la mayoría aquí carecen. Que le ayudáramos a salir de los estrechos límites de este polígono. Esperarías que la Escuela cumpliera su cometido de «ascensor social». Pues no. Si siguiéramos al dictado las consignas de luminarias como el sr. Galende, tendríamos que hacer exactamente lo contrario. Le daríamos a tu hijo menos que a otros con mejor fortuna, lo que es el colmo del clasismo y la injusticia. En lugar de auparle al saber, rebajaríamos las exigencias hasta donde fuera preciso.

Hace poco, un amigo me relataba una ilustrativa anécdota al respecto: en uno de esos centros de formación donde se nos imparte tan miserable doctrina, un «sabio» le reprochó a mi compañero que insistiera en enseñar a Sócrates cuando «lo que demandaba el entorno» era hablarles a los muchachos de las fiestas del Rocío. Imagínate que todos obráramos así. Llegaría un momento en que las relaciones maestro-discípulo sufrirían un giro copernicano, y los chicos saldrían a la pizarra para instruir a sus ignorantes profesores sobre los ritos ancestrales del terruño.

Comprenderás que un punto de partida así promueve la coexistencia de institutos de primera, segunda y tercera clase, todos ellos financiados con el dinero del contribuyente. Y mientras en una zona de alto nivel sociocultural se aplicará una enseñanza rigurosa, a los jóvenes de las zonas marginales se les someterá a la humillante condena de aprender lo que ya saben.

A eso, en mi pueblo, se le llama estafa.

P.S.: En la próxima carta, trataré de explicarte cuáles creo que son los fines ocultos tras los medios. Salud.

Cartas a una madre sobre la educación de su hijo: «¿Quién no comprende?»

Ésta es la primera de una serie de cartas dirigidas a una madre, Lourdes, que quiere saber las verdades que otros callan. Va por ella.

Querida Lourdes:

Llevas un tiempo preocupada, según me confiesas.  La razón es que tu hijo se incorpora el año que viene al Instituto en el que trabajo, y has oído cosas. Ninguna de ellas muy alentadora, por cierto. Que si el nivel es muy bajo, que si las aulas son ingobernables, que si esto y lo otro. Como amigo tuyo que soy, me pides que sea sincero, que te ponga al día de lo que ocurre. Pues, en honor a nuestra amistad, te diré que la mayoría de cosas que has oído son ciertas. Cada día que pasa, la Escuela se parece más a un centro de asistencia social, a una guardería o a un reformatorio. Y mi Instituto no es un caso aislado, ni mucho menos. Es triste, pero es así.

Antes de aconsejarte, quiero darte alguna explicación de por qué sucede esto. Te habrán llegado, por la prensa o por los políticos, todo tipo de hipótesis que justifican este fracaso. Unos apuntan a las familias, otros a la televisión, los de más allá a la negligencia de los profesores. Sólo quiero que te fijes en un detalle: rara vez esas opiniones proceden de los docentes. Consejeros, pedagogos, jueces, sindicalistas, sociólogos, psicólogos: ellos son quienes, a menudo, dan el diagnóstico y prescriben la receta. Pero casi nunca habrás visto que a un profesor en ejercicio se le dé espacio en tales debates. No es porque no queramos, Lourdes. Ocurre, simplemente, que nadie nos pregunta. Ocurre que llevan treinta años sin preguntarnos.

Estarás de acuerdo en que familias, televisión y malos profesionales los hay en todas partes. Sin embargo, en España, con Andalucía a la cabeza, los índices de fracaso escolar son de los más elevados y no paran de crecer. Es posible, entonces, que las causas sean otras. Si preguntas a los profesores como yo, una gran mayoría te dirá que el sistema educativo es un desastre. No es fácil verlo para quien no está en el oficio, entre otras cosas porque los gobiernos se encargan de tapar la realidad con una buena dosis de propaganda.

¿En qué falla el sistema? Es largo de explicar, pero intentaré darte algunas claves necesarias para comprender. ¡Ah, comprender! He aquí un verbo con el que empezar a desentrañar parte del misterio. Quizá no hayas oído hablar de la Escuela Comprensiva, y, sin embargo, es el modelo educativo en el que se está educando tu hijo. Diríamos que suena bien, ¿verdad? En una de sus acepciones, esta palabra nos habla de alcanzar el significado de las cosas empleando nuestras facultades mentales. Así que esperarías que una Escuela así favoreciese el conocimiento y el mundo de las ideas. A esta acepción se le podría añadir otra, como es la de admitir el uso de la razón en el proceder de los demás. De modo que dicha Escuela también sería partidaria del debate, de la comprensión entendida como reconocimiento de los motivos del otro. Una noble premisa.

Sin embargo, el modelo que educa a tu hijo no basa sus principios en ninguna de estas dos acepciones del término, sino en una tercera más tosca: la que es sinónima de «englobar»,  «contener» o «abarcar». Lo que quiere esta Escuela no es tanto profundizar en el conocimiento como reunir a un montón de adolescentes en un edificio que ostenta dicho nombre. Poco importa cuáles sean las capacidades, los intereses o las actitudes de los alumnos. Lo prioritario, según el modelo, es que todos estén juntos: los que quieren estudiar y los que no. No se agrupa a los niños en función del nivel alcanzado, sino de su edad. Dicen que esto es igualitario, pero voy a tratar de explicarte no sólo por qué esto no es así, sino también por qué tal planteamiento provoca las desigualdades más atroces.

El sistema en el que se educa tu hijo considera que todos los alumnos deben seguir una única vía académica hasta los dieciséis años. Podría parecer que esto es positivo, pero el problema reside en el principio «abarcador» del que te hablaba antes. Por desgracia (aunque yo diría, más bien, por suerte) no todos los alumnos son iguales. Los hay más listos, más sacrificados, más respetuosos; como también nos encontramos con el reverso exacto de las anteriores virtudes. Como todos deben, por ley, seguir la misma senda, es inevitable que unos se queden más rezagados que otros. Pues bien: esto lo arreglan los políticos haciendo pasar de curso a todo el mundo, apruebe o suspenda todas las asignaturas. A esto se le llama «promoción automática«. Ya habrás comprobado que en Primaria sólo es posible repetir un curso en toda la etapa. Aunque el niño no haya aprendido a leer o a escribir, aunque apenas haya ido al colegio, se le catapulta hacia el Instituto con tan frágiles armas. Ni que decir tiene que lo que le resta de vida escolar será para él un sufrimiento diario. Y, en muchos casos, para mitigar la frustración, este tipo de alumno hará sufrir a quienes permanecen en la escuela con un objetivo concreto: el de enseñar, en el caso del profesor; el de aprender, en el caso del estudiante.

Hasta cierto punto, es una actitud comprensible, puesto que de comprensividad hablamos. ¿Qué harías tú si tuvieras que escuchar durante seis horas seguidas un idioma ininteligible? Probablemente, pasarías de la ofuscación a la impotencia, y, de ahí, a la negación y la rabia. No disculpo con ello ciertas actitudes, sino que me limito a constatar un hecho probado. Muchos de ellos desarrollan en esta etapa sus peores defectos, y, lo que es peor, hacen imposible que se pueda enseñar en condiciones normales. Salen de la Escuela sin haber traído un cuaderno, sin abrir un libro, sin rellenar un examen. Y van pasando de curso hasta que el sistema decide que es hora de dejarlos ir, sin haber aprendido absolutamente nada. A veces me encuentro con antiguos alumnos que lamentan lo mucho que me hicieron pasar a mí y al resto de sus compañeros durante esos cuatro años de obligada escolarización en la Escuela Comprensiva. Han tenido que conformarse con un trabajo precario porque nadie les ofreció otra posibilidad, porque nadie pensó que tal vez era mejor para ellos, para todos, que aprendieran un oficio. Pese a ello, parecen otras personas. Parecen felices. Casi me atrevería a decir que son felices ahora que la máquina igualitaria del sistema les ha dejado libres.

Tu hijo, Lourdes, se encontrará con chicos como estos en mi Instituto. Es muy posible que sean amigos. Pero no temas: tal vez no lo hará por imitar su ejemplo, sino porque vea en ellos lo que algunos adultos se empeñan, tan comprensivos, en destruir.

¿Rebelión? (I)

El diagnóstico ya está hecho. Infinidad de libros y artículos denuncian el penoso estado de la Enseñanza española.  Se oyen voces que claman por una huelga indefinida, un golpe en la mesa que consiga virar el rumbo de lo que parece una travesía hacia el abismo. Es hora, nos dicen, de pasar a la acción. Pero al Individuo le resta por satisfacer una duda:  aun suponiendo que una amplia mayoría se sume a esa hipotética huelga, ¿coincidiríamos también a la hora de aplicar el remedio?

Es a partir del análisis que el doctor prescribe la terapia adecuada. Por tanto, recordemos en qué puntos se condensa la crítica de cuantos escribimos sobre la deriva pedagógica.

Escuela comprensiva e itinerario único: café (de recuelo) para todos.

Diagnóstico

1. La rigidez del sistema, ya se sabe, es proverbial. Alumnos con capacidades e intereses muy diversos son obligados a cursar un itinerario común hasta los 16 años. En ese grupo caben niños con patologías severas, alumnos apenas alfabetizados, objetores del estudio y muchachos con vocación universitaria. Este modelo ha fracasado, precisamente, por su afán inclusivo e integrador. Ambas, inclusión e integración, constituyen la pantalla benévola con la que se enmascara un propósito igualitarista. Una igualación que no consiste en preservar para todos los mismos derechos, sino en considerar a los individuos particulares como una masa homogénea de la que se espera idéntica uniformidad en los resultados. 

2. La búsqueda de este raro universal trae como consecuencia un descenso en los niveles de enseñanza, por la lógica dificultad de conciliar ritmos de aprendizaje tan diversos.

Remedio

1. La comprensividad desaparecería con el establecimiento de itinerarios distintos, los suficientes como para satisfacer las necesidades e intereses de cada grupo de individuos: centros de enseñanza especial, centros de formación profesional e institutos de bachillerato. Esta ramificación del sistema tendría lugar después de la etapa Primaria.

2. Otra posible solución, que podría acompañar a la primera, sería la de rebajar la obligatoriedad al menos hasta los 14 años.

Ideología pedagógica

Diagnóstico

1. Un sistema basado en el igualitarismo necesitaba de un discurso pedagógico oficial que se ajustara a sus ideales coercitivos y salvacionistas. Se encontró en los principios que, desde Villar Palasí hasta la LOE, inspiran todas y cada una de las leyes educativas. Ya hemos explicado sobradamente en qué consiste: predominio de los valores sobre el conocimiento, desprestigio y volatilización de las asignaturas «duras», desaparición del examen como medidor objetivo de los resultados… Una pedagogía así contribuye a la infantilización de la Enseñanza, epidemia que ya comienza a extenderse por las aulas universitarias.

Remedio

1. No ha de haber una pedagogía oficial, ni ésta debe inspirar las leyes educativas. El propio sintagma «pedagogía oficial» es caro a los sistemas totalitarios y a la intromisión de éstos en la vida de los individuos. Por tanto, la pedagogía debe volver a ser una herramienta auxiliar de quien ejerce el magisterio de una disciplina, no un corpus de premisas ideológicas a cuyo molde deben ajustarse materias y docentes al menos tan diversos como los alumnos que integran un aula.

2. Para verificar que la Enseñanza es eficaz, se hace necesario un instrumento de comprobación. Se implantarían exámenes externos al final de cada etapa y ciclo, de cuyos resultados se podría extraer la conveniencia de seguir un itinerario u otro.

Ideología nacionalista

Diagnóstico

1. También se ha analizado el poder coercitivo de las administraciones a la hora de inculcar aquellas ideas que mejor se avienen con sus intereses políticos. Especialmente, en aquellas comunidades con lengua propia y anacrónicos fueros medievales o contemporáneos. Se verifica ese conductismo ideológico en sus planes de estudio, libros de texto y normativas, que tienen como fin «preservar» una lengua minoritaria aun a costa de las libertades individuales.

Remedio

1. Hay quien aboga por una devolución de las competencias al Estado central. Sin embargo, creemos que eso no sería suficiente, pues nada garantiza, como hemos visto, que este u otro gobierno no se valga de los mismos medios para la consecución de los fines que le son más propicios. En cualquier caso, y, como primera medida, es ajustado a derecho que los padres tengan la potestad de decidir en qué lengua quieren que se eduquen sus hijos.

Un síntoma de mejoría: Disciplina

De la aplicación de los primeros remedios habría de seguirse una disminución de los problemas de convivencia en las aulas. Un mayor rigor en lo que es propio de la Enseñanza y una mayor flexibilidad en lo que compete a las decisiones de los individuos debería dar como resultado un ambiente en el que, al verse satisfechas las expectativas de un mayor número de particulares, las tensiones desaparecen. Todo ello contribuiría a acrecentar el prestigio de una institución que, a día de hoy, acarrea el sambenito de incompetente a los ojos del público.

Para acabar de cimentar ese prestigio, la selección de personal debería obervar los mismos principios meritocráticos que se establecen para evaluar a los alumnos. Es precisa una auténtica carrera profesional en la que los docentes más capaces vean reconocido su esfuerzo.

 

Así pues, tenemos:

– Diversificación de itinerarios.

– Exámenes externos.

– Consideración de la obligatoriedad hasta los 14 años.

– Desaparición de un discurso pedagógico oficial.

– Derecho a elegir la lengua oficial que cada familia considere pertinente.

– Procesos eficaces de selección de personal, ajustados a mérito.

– Establecimiento de una auténtica carrera profesional, igualmente basada en criterios meritocráticos.

 

Aunque, naturalmente, se trata de un simple esbozo, ¿cuántos estaríamos dispuestos a ir a la huelga con estas o similares premisas? ¿Qué sindicatos estarían dispuestos a hacerlas suyas? Éstas son mis preguntas.

Una cosa más: los remedios apuntados más arriba no son necesariamente los que el Individuo considera más idóneos. Ni siquiera los que tiene por más éticos. Lo que se ha pretendido es resumir los problemas más acuciantes y proponer una necesaria solución a corto plazo. Creo que la mayor parte de lo expuesto gozaría de un consenso amplio en gran parte de quienes nos dedicamos a este oficio, suficiente como para impulsar las movilizaciones que tantos, incluido el que suscribe, deseamos.

 

Lo que, a título personal, piensa el Individuo, queda para una próxima entrada.